Desde que era muy pequeño soñé con conocer el “Lejano Oeste”. No sé muy bien por qué pero aquel lugar tenía algo que me llamaba a gritos sordos. Cuando viví en EEUU estuve a punto de recorrerlo en caravana, pero por falta de tiempo tuve que conformarme con recorrer el Este del país. Me sirvió de aprendizaje. Y ahora me he desquitado. Este es un paseo en solitario de 6092 Km. por el Oeste Americano. Un viaje de los de verdad, una aventura por 6 estados, una lucha contra lo desconocido y contra la soledad de uno mismo. Es en realidad el viaje que nadie se debería perder. ¿Subes?
Indios y vaqueros, pueblos fantasmas, grandes parques naturales, grandes ciudades, desiertos y la costa californiana. Esa era un poco la idea de mi Roadtrip. Pero me encontré mucho más. Me encontré un país apasionante lleno de recodos que te quitan el aliento.
Disfrute del fútbol americano a pie de campo en Texas, crucé Nuevo México y visité sus pueblos fantasmas con casi 200 años de antigüedad, penetré en la reservas de los indios, llegué hasta Monument Valley, caminé por el espectacular Antelope Canyon, bajé el curso del Río Colorado con parada obligatoria en el Horseshoe llegando al Gran Cañón que el río forma y lo vi con sol, con nubes, con lluvia y con un afecto arco iris difícil de explicar en palabras.
Volví a las carreteras y al polvo del desierto, crucé la Ruta 66 en la única parte del país donde queda un rastro de ella. Alcancé la monumental Presa Hoover y la incomprensible ciudad de Las Vegas. Volví al desierto, al de Nevada, vi los drones, los aviones no tripulados del ejército americano en una base perdida en medio del desierto. Y alcancé uno de los lugares más inhóspitos de la Tierra: el Death Valley o Valle de la Muerte.
Eso me indicaba que ya estaba en California. Recorrí su valle interior, busqué la Tioga Road, la carretera que te lleva al Parque de Yosemite durante 80 km llegando a los 3000 metros de altura. Descubrí el Capitán y el Half Dome. Visité un bosque de Secuoyas gigantes con 3000 años de antigüedad y por fin alcancé el mar en la ciudad de San Francisco, una ciudad simplemente genial.
De ahí rumbo Sur. Por la costa Californiana. Por la Pacific Coast Hwy: The Half Moon Bay, Santa Cruz, Sand City, la reserva natural llena de Leones Marinos, Elefantes marinos, nutrias y focas de Monterrey. Visité Pacific Grove, Carmel by the Sea y me adentré en el Big Sur. Volvieron las reservas marinas y descubrí las playas californianas: San Simeón, Cayucos, Morro Bay, Grover Beach… Hasta que casi sin darme cuenta llegué a Santa Bárbara, desde donde a lo lejos ya se apreciaban las luces de la mega metrópoli de Los Ángeles.
Pero antes de llegar a la mayor jungla de asfalto del planeta me tocaron sus playas: Malibú, Santa Mónica y Venice. Y pronto quise buscar las del sur, las buenas de verdad, las que llevan a San Diego: San Clemente, Oceanside, Encintas, Cardiff by the Sea y entré en la ciudad del sur por La Jolla. Un nombre que lo dice todo (aunque sea a golpe ortografía).
Y una vez alcanzada la frontera con México inicié mi camino de vuelta por las montañas y los desiertos. Volví a buscar los pueblos fantasmas de otra época y no pude resistirme a los encantos de Tombstone y de su leyenda Wyatt Earp, hasta volver al estado de la “estrella solitaria”. Hasta volver a mi punto de partida, la ciudad de El Paso, en Texas, donde me esperaba mi familia americana con un cuarto, una cama y varios platos calientes después de 6092 km y casi un mes de trayecto con “Boby Bear”, el 4X4 que me hizo de transporte, de hotel, de compañero y de amigo.
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